Nos levantamos en Murgab. Bajamos a desayunar: té, pan de pita con mermelada y un huevo frito. Un buen desayuno para la ruta que teníamos por delante: Murgab-Alichur.
Murgab está a unos 3.600 m.s.n.m. y Alichur a unos 4.000 m.s.n.m. por lo que nos tocaba subir.
Turat nos vino a buscar. Se le veía contento por haber dormido en su casa. Nos montamos en el coche e hicimos unos cuantos kilómetros antes de desviarnos a un antiguo observatorio soviético. Tuvimos que recorrer varios kilómetros a través de llanuras de arena para llegar hasta allí.
Lo que hace décadas fue un centro innovador y con vida, había pasado a ser una estructura abandonada y oxidada. Cerramos los ojos e intentamos imaginar el observatorio en funcionamiento.
Disfrutamos de un rato de tranquilidad, ya que había un silencio total. No había un alma alrededor. Ni locales ni turistas.
En la parte baja de la montaña, encontramos la base abandonada donde vivían los militares que mantenían el observatorio. Había edificios y vehículos abandonados. En toda la ruta encontramos bases militares en ese estado. Turat nos contó historias sobre la presencia soviética en la zona. Él mismo fue chófer de los soviéticos en la guerra de Afganistán.
En la base había bastantes esqueletos y restos de un animal de la zona, la oveja Marco Polo. Se caracteriza por tener un gran tamaño, una gran cornamenta y por vivir en las alturas, en las cotas nevadas. Marco Polo fue el primer occidental que vió este animal, de ahí su nombre. Es muy complicado poder verla. Y, dentro de los animales difíciles de poder ver en la zona, también está el leopardo de las nieves, una especie por la que muchos fotógrafos y documentalistas visitan la región y pasan, incluso, semanas en las montañas tratando de poder ver uno, aunque sea fugazmente .
Continuamos durante bastantes kilómetros por la carretera hasta, finalmente, desviarnos de nuevo para llegar a una yurta aislada. Allí, en medio de la nada, vivía una familia nómada que conocía Turat. Nos propuso ir allí para conocer de cerca la vida nómada y poder dar un paseo en yak.
Las vistas desde la yurta eran espectaculares. A pesar de ello, la vida parecía dura para esta familia y para las muchas familias con las que nos cruzamos durante la ruta, que viven de manera nómada la mayor parte de su vida.
Los hijos de la familia organizaron rápidamente el paseo en Yak. Prepararon unas monturas con unas coloridas mantas y nosotros, con ganas de vivir una experiencia única, nos montamos. Una sensación curiosa. Seguros por un lado, porque el suelo estaba más cerca que montando a caballo, y con inquietud por otro, ya que el suelo era inestable y el yak se movía mucho.
Unos de los motivos por los que montamos en yak era para poder ascender un poco más la montaña en la que nos encontramos y así tratar de ver la oveja Marco Polo. Pero, como no estábamos acostumbrados a subir andando a esa altitud (unos 5.000 m.s.n.m), la mejor manera era hacerlo en yak.
De hecho, subimos unos cuantos metros andando, hasta montar en los yaks, y ya estábamos exhaustos. Se notaba la falta de oxígeno debido a la altitud.
Con los hijos de la familia guiando el yak, subimos para acercarnos lo máximo posible a la cumbre y así intentar ver alguna oveja Marco Polo. Con unos prismáticos, fuimos capaces de ver, alejadas sobre la nieve en las montañas, a un par de ovejas. Aunque sólo pudimos distinguirlas a lo lejos, fue emocionante.
Tras el paseo en yak, entramos en la yurta de la familia, donde nos habían preparado una comida a base de productos de yak: mantequilla de yak, leche de yak y yogur de leche de yak. Todo acompañado de pan. El sabor era fuerte, y un tanto salado, pero nos gustó. Era la primera vez, y quizás la última, que tomamos estos productos. Disfrutamos de la experiencia y de una charla con Turat y la familia.
En el momento nos sentó todo de maravilla y nos encantó, aunque tenemos que decir que todo estaba sin fermentar y, al final del día, lo notamos un poco en el estómago…
Desde aquí nos dirigimos, atravesando de nuevo llanuras de arena, a unas cuevas donde poder ver pinturas rupestres. No es algo que nos llamara demasiado la atención, pero Turat insistió en llevarnos.
Las pinturas en sí, no nos sorprendieron demasiado. Además, no había mucha información sobre su historia, ni la época de la que databan.
En cambio, las vistas, tras subir el pequeño monte donde están las cuevas, eran increíbles. Nos sentamos sobre una roca y aprovechamos para disfrutar del paisaje y de la tranquilidad del lugar.
Alargamos este momento para dejar a Turat tomarse su tiempo para rezar. Era un hombre devoto que aprovechaba estos pequeños instantes para hablar con su Dios.
Desde las cuevas seguimos la ruta por la carretera del Pamir unos kilómetros hasta llegar a un pequeño pueblo de pocas casas. Turat nos propuso una pequeña parada para visitar a unos primos suyos. La familia se saludó efusivamente y estuvieron hablando durante unos minutos. Después, nos invitaron a pasar a su casa, a una especie de sala totalmente cubierta de coloridas moquetas en suelos y paredes. Allí, nos sentamos los tres solos, mientras una sobrina de Turat sacaba comida sin parar. Nos resultaba muy curioso, que, a pesar de visitar a su familia, ellos no estaban allí, sólo traían comida y comida sin parar. Turat nos contó que era la tradición y la manera de agasajar una visita.
Nosotros, por educación, comíamos bollos de pan, dulces y tés de todo tipo, aunque hubiéramos tenido que estar días para comer toda la comida que nos sacaron. Tras un rato allí, Turat nos propuso marcharnos y, ya fuera de la casa, y sin comida, charló durante un buen rato con todos sus familiares, compartiendo confidencias y risas. Nosotros, con gestos y con las traducciones de Turat compartimos un buen rato con ellos también.
Fue una experiencia muy curiosa, a la vez que surrealista, de la que, por respeto, no tenemos fotos, pero sí un gran recuerdo.
Tras la visita y saciados de comer, seguimos la ruta hasta Alichur, sólo haciendo algunas paradas para estirar las piernas, o para ver los restos de algún caravanserai de la ruta de la seda.
Tras un completo y largo día, llegamos a Alichur. Nos alojamos en una pequeña y austera casa de huéspedes familiar. El alojamiento, con cena y desayuno incluido para dos personas nos costó 30$ (unos 25€).
Cenamos con Turat y con un hombre holandés que viajaba solo junto a su chófer y guía. Compartimos experiencias cenando carne de yak y patatas, acompañado de verduras. Y por supuesto, tazas de agua caliente, que tomábamos todas las noches en la ruta y nos venían de maravilla para entrar en calor e hidratarnos frente al mal de altura.
Tras la cena fuimos a descansar. Nuestra habitación era un pequeño habitáculo con dos pequeñas camas, bastante duras. En el pasillo, un par de baterías de coche alimentaban la luz y los enchufes, donde cargamos el móvil.
Pese a la altitud y la falta de comodidad, acabamos quedándonos dormidos.
Para ver el itinerario completo de nuestro viaje, entra en 21 días en Kirguistán, Tayikistán + GBAO y Uzbekistán.