Nos levantamos nerviosos en Shigatse. Íbamos a dirigirnos al campo base del Everest y, si el clima lo permitiera, poder ver la cima más alta del mundo.

Desayunamos en el hotel. Como en los días anteriores, a pesar de haber buffet para desayunar, pudimos tomar algunas opciones sin gluten: tortilla y arroz preparados para nosotros, fruta y café.

Desde el hotel, nos dirigimos al monasterio de Tashilunpo. Fundado en 1447, es la residencia del Panchen Lama, la segunda autoridad religiosa más importante en el Tíbet. Allí pudimos ver la estatua más grande de Jampa (el dios futuro) en el mundo. El recinto es muy bonito y tranquilo. Pudimos ver a muchos monjes rezando y también cantando, con unos característicos sombreros amarillos.

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Monasterio de Tashilunpo

Como curiosidad, Chokyi Gyalpo, el 11º Panchen Lama, según el gobierno de China, ha sido entronizado allí, mientras que Gedhun Choekyi Nyima, el 11º Panchen Lama reconocido por el Dalái lama, está desde 1995 bajo «custodia» por las autoridades de China.

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El imponente Monasterio de Tashilunpo
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Disfrutando de Tashilunpo

Tras la visita al monasterio, fuimos atravesando pasos de montaña, como el Tsola Pass (4.600 m) y el Gyatsola Pass (5.248 m), desde donde tuvimos unas vistas maravillosas. Las nubes cubrían los Himalayas, por los lo que no pudimos tener la foto mental que esperábamos. Aun así, era muy emocionante divisar el horizonte con los pies en el Tíbet.

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Un paisaje increíble
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Un descanso en un paso de montaña
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Un camino zigzagueante
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Disfrutando de cada minuto de la ruta

Hicimos una parada en un pequeño restaurante, donde, a pesar de que el plato típico eran los dumplings (o momos) nosotros tuvimos que conformarnos con comer arroz. Al menos, aún teníamos el bote de soja sin gluten que habíamos facturado en la mochila.

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Un alto en el camino
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Molino de cebada

Tras continuar, paramos a ver un pequeño molino de cebada (apto para celiacos si solo es para mirar, jeje). Estaba en medio de una plantación y al lado de una aldea. El molino utilizaba la fuerza del agua para poder moler los granos de cebada, uno de los alimentos básicos de los tibetanos.

Entre pasos de montaña y a través de una carretera zigzagueante con unas vistas de ensueño, finalmente, tras recorrer unos 350 km,  llegamos al Rongpuk Guest House, donde dormiríamos esa noche. Es un pequeño alojamiento con habitaciones y baño compartidos. Muy austero, pero es el único sitio donde dormir si quieres visitar el campo base del Everest (EBC).

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Rongpuk Guest House

Nos pusieron en una habitación a los 6 miembros de nuestro grupo. Allí dejamos nuestras cosas y preparamos la cama con mantas eléctricas para ir calentándola.

Salimos fuera y el Everest estaba completamente cubierto por las nubes. Si bien las montañas cercanas se podían ver, y eran espectaculares, estábamos impacientes por ver la cima del mundo. Namgar, el chófer, nos enseñó fotos en su móvil sacadas desde allí, donde se podía ver perfectamente. Sin embargo, Jigme, nuestro guía, nos dijo que había gente alojada allí desde hacía días y que no había sido capaz de verla. De hecho, nos contaba que, en ocasiones, pasaba semanas cubierta sin que se pudiera ver.

Nosotros manteníamos la esperanza. Fuimos en coche hasta un parking cercano al EBC, donde estaba el campamento chino. El resto del trayecto tuvimos que hacerlo andando. Íbamos despacio, por el mal de altura, y bien preparados (ropa de abrigo, linterna frontal…). Para combatir el mal de altura, es importante, no sólo allí, sino durante todo el día, beber mucha agua.

Mientras caminábamos, levantábamos la vista hacía el Everest. Finalmente, llegamos lo más cerca que estaba permitido del EBC. Allí, estuvimos tranquilos, disfrutando del lugar.

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El Everest, al fondo, nos cautivó
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Muy emocionados de estar aquí

Poco a poco, y quizás por nuestra ilusión, las nubes comenzaron a moverse y la montaña fue asomándose. Pudimos ver una parte de la montaña. No la vimos totalmente despejada y con la claridad que habíamos soñado y que nos hubiera gustado, pero te podemos asegurar, que la emoción que sentimos, sólo con verla así, fue increíble y que no la podemos describir con palabras. Fue un momento mágico para ambos.

Llenos de alegría, volvimos poco a poco, parando en el monasterio cercano, el más alto del mundo, a casi 5.200 m. Allí, en Rongbuk, viven un monje y varias monjas, estas últimas en voto de silencio desde hacía 6 meses. Pudimos visitarlas, dentro del monasterio, y nos quedamos asombrados de su modo de vida. Allí estaban, cosiendo tranquilamente, en silencio, con una cocina muy austera, pero, curiosamente, con una gran televisión encendida. El baño, estaba en el exterior, con vistas a la montaña. El complejo, tiene un pequeño templo, que está bajo tierra y al que se accede mediante una pequeña trampilla. Dentro, curiosamente, hacía calor. Agradable teniendo en cuenta el frío que hacía fuera.

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El monasterio más alto del mundo

Nos dirigimos hacía nuestro alojamiento para cenar. De camino, Namgar paró el coche, nos bajamos y pudimos ver, a lo lejos, la montaña prácticamente despejada. Aunque, por la oscuridad de la noche, no la vimos todo lo nítida que nos hubiese gustado, nos sentimos muy afortunados.

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Imponente, el Everest

Al llegar al guest house fuimos directos a cenar. Cenamos en un comedor compartido, arroz y varias tazas de té caliente, buenas para el mal de altura.

Antes de irnos a dormir, Jigme nos midió la cantidad de oxígeno en sangre y nos hizo unas cuantas preguntas para ver si nos encontrábamos bien. Los efectos del mal de altura no siempre son fáciles. De hecho, algunas personas que dormían en el mismo alojamiento que nosotros se encontraban bastante mal y tuvieron que ser atendidas.

Antes de irnos a dormir, nos asomamos a ver las siluetas de las montañas y el cielo. Un increíble cielo estrellado sobre nosotros en uno de los mejores lugares donde podíamos estar.

Y, con todas las emociones del día, tratamos de dormir. Hacía bastante frío y sentíamos los efectos del mal de altura. Jigme nos dejó unos sprays de oxígeno en la habitación por si los necesitábamos a lo largo de la noche. Es fácil decirlo, pero lo más importante es tratar de estar tranquilo y no agobiarse cuando no puedes dormir por el mal de altura. Nosotros no lo conseguimos del todo…


Para ver el itinerario completo de nuestro viaje, entra en 23 días en Nepal, Tíbet y Bután.