Nos levantamos con pena de abandonar el Tíbet y con inquietud de cómo iba a ser el día. Jigme nos había dicho que las condiciones de la carretera en el lado nepalí eran bastante duras, así que no sabíamos qué nos íbamos a encontrar.
Tras desayunar y preparar nuestras mochilas, nos llevaron hasta el lado tibetano de la frontera. Hasta allí nos acompañaron Jigme y Namgar. Entregaron toda la documentación necesaria para nuestra salida del país a las autoridades y nos despedimos de ellos, con mucho cariño por los días que habíamos pasado juntos.
Entramos en el inmenso y moderno edificio de la frontera tibetana, para acabar los trámites de salida, y cruzamos al lado nepalí. De repente, fue como cruzar a otro mundo. Veníamos de una carretera asfaltada y de un gran edificio moderno con la tecnología más actual y, tras cruzar unos pasos, estábamos en un camino de barro, con una especie de «puestos de madera» donde estaban los guardas fronterizos nepalíes. Otra realidad. Nos quedamos perplejos. Por razones de seguridad, no tenemos fotos del momento, aunque no se nos olvidará nunca.
Tras revisar nuestras mochilas y nuestro pasaporte, nos enviaron a un edificio a unos cientos de metros más abajo, donde tendríamos que tramitar el visado.
Tuvimos que andar, aparentemente en tierra de nadie, durante más de 300 metros, por un auténtico barrizal hasta llegar a un edificio, donde revisaron de nuevo el pasaporte y nos pusieron un nuevo sello de entrada en nuestro visado del pasaporte (que habíamos sacado para múltiples entradas).
Allí mismo, había varios coches que esperaban a los turistas para llevarles a Katmandú. Ya habíamos pagado entre todos a la agencia tibetana por el viaje a Katmandú: unos 250$ por coche.
Sin embargo, empezaron nuestros «problemas». Uno de los chóferes que estaba allí nos dijo que era el encargado de llevarnos, pero nos pedía más dinero. Nos dijo que las condiciones de la carretera eran muy duras, que había habido desprendimientos y que, por lo tanto, tendríamos que cambiar al menos un par de veces de coche, ya que no se podía cruzar por un par de zonas de la carretera que habían desaparecido a lo largo del camino.
Nos pedía más del doble de dinero por llevarnos y nos dijo que no nos llevaría hasta que no le pagáramos. Como no estábamos de acuerdo, estuvimos un rato debatiendo con él. Enseguida aparecieron otros chóferes, ofreciéndonos llevarnos, todos por mucho dinero. Sabían que estábamos «atrapados» en la frontera y que sólo ellos podían sacarnos. Hablamos entre los 6 turistas de nuestro grupo y decidimos que pagar sería la última opción. No estábamos de acuerdo y, aunque sabíamos que no teníamos la sartén por el mango, teníamos algo de tiempo para negociar. Llamamos a nuestra agencia, con la que habíamos contratado el viaje. Ellos, se pusieron en contacto con la agencia nepalí, a la que habían contratado la parte de la ruta por Nepal. Estos últimos no se querían hacer cargo y tuvimos que cruzar varias llamadas.
Finalmente, tras un par de horas de tira y afloja, nos llamaron de nuestra agencia para decirnos que ellos se habían puesto de acuerdo con el lado nepalí y se harían cargo del sobrecoste que hubiera. En cuanto el chófer recibió la llamada de su agencia, nos dijo que estaba listo para llevarnos.
Habíamos pasado el primer escollo, aunque aún quedaba día por delante. Nos montamos en el viejo coche que nos llevaría. Allí íbamos los 6 con todo el equipaje y 3 nepalíes. Empezamos la ruta. Enseguida nos dimos cuenta de que iba a ser toda una aventura. La carretera, o mejor dicho el camino, era un auténtico barrizal, lleno de baches, tramos en los que faltaba parte del terreno, zonas completamente inundadas, cascadas cayendo desde la montaña… todo esto, teniendo al lado derecho un inmenso precipicio.
Toda una experiencia… que tampoco se puede describir con palabras, aunque podríamos decir que tenía una combinación de angustiosa y única. En ocasiones mirábamos por la ventana, para ver el precioso paisaje. Otras veces, preferíamos no mirar, ya que las ruedas del coche rozaban el borde del camino, y veíamos coches despeñados en el fondo de la garganta.
Tras un par de horas de ruta, llegamos a una zona donde el coche ya no podía continuar. Tuvimos que bajarnos, continuar durante un rato a pie, para que otro coche nos recogiera unos cientos de metros más adelante. No fue inmediato. Esperamos durante una hora hasta que finalmente el chófer llegó. Por suerte, uno de los nepalíes que había hecho el primer tramo, nos acompañaba.
Al cabo de un rato, apareció el coche y pudimos continuar. El camino no mejoró demasiado. Pasamos por pequeños pueblos y aldeas, donde nos parecía increíble que viviera gente, en lugares tan remotos y difícilmente accesibles. En uno de los pueblos, tuvimos que parar, ya que había un control de la policía. Allí, en un viejo edificio casi en ruinas, tuvimos que entrar con todas nuestras mochilas, para que las revisaran. La situación fue bastante surrealista. Lo tomamos como una experiencia más.
Aprovechamos la parada en el pueblo para comprar algo de fruta y unas patatas fritas en un puesto de comida. Pudimos ver la vida de la gente del lugar y charlar con algunos de ellos.
Tras la parada continuamos el camino. Aunque estaba previsto que tuviéramos que cambiar una vez más de coche por un socavón, finalmente no tuvimos que hacerlo. Eso sí, el socavón sí que existía, sólo que el coche pasó casi a 2 ruedas por el mismo. Sin palabras.
Tuvimos que bajar alguna vez del coche, para que pudiera pasar por zonas de corrimientos de tierra.
Continuamos el camino, sabiendo que la ruta iba a seguir siendo movida, pero sin saber que habría mas contratiempos. Tratamos de disfrutar de las vistas de los valles, las gargantas, las cascadas y la zigzagueante y complicada carretera.
Parecía increíble, pero delante nuestro circulaban camiones, que se hacían paso en un camino que era completamente barro. Sus ruedas derrapaban, pero con una increíble pericia, conseguían avanzar. Eso sí, lo hacían de manera lenta y nos parecía asombroso como podían conducir así, según nos decían, todos los días.
Tras bastantes horas de viaje, ya veíamos a lo lejos Katmandú. Estaba atardeciendo y creíamos que íbamos a llegar pronto. Sin embargo, todo se volvió a complicar cuando nos tuvimos que parar en una cola de coches. Bajamos y nos dijeron que un camión se había estropeado en mitad del camino, ocupándolo entero y que, por lo tanto no podríamos cruzar.
Allí estábamos, en medio de la nada, esperando a que pudieran arreglar el camión. Lo empujaron de mil maneras, lo intentaron arreglar… Pasaron varias horas y, obviamente se nos hizo de noche. El chófer nos dijo que teníamos que tener paciencia, pero que estuviéramos tranquilos, que en esa zona en concreto, los tigres no solían bajar a la carretera. ¡Todo un consuelo! Con las linternas encendidas y compartiendo snacks pasamos el rato charlando fuera y dentro del coche. Finalmente, tras 3 horas allí, consiguieron que el camión arrancara y moverlo a un lado del camino. Así, todos pudimos continuar la ruta. No sin dificultad. Éramos una fila de vehículos, en plena oscuridad, circulando en línea por un mar de barro…
Una hora después, tras todo el día de viaje y aventura… llegamos a Katmandú. Nos dejaron a la entrada de Thamel, donde nos despedimos del resto del grupo, con una sensación de pena y alegría por lo vivido juntos. También aliviados y cansados por haber llegado a Katmandú. Fuimos directos al hotel Shree Tíbet, donde teníamos reservada noche y disfrutamos de un merecido descanso…
Para ver el itinerario completo de nuestro viaje, entra en 23 días en Nepal, Tíbet y Bután.