Nos despertamos o, mejor dicho, dormimos unas pocas horas en un lugar increíble, bajo la montaña más alta del mundo, el Everest.
Nada más levantarnos, lo primero que hicimos fue salir para ver cómo se veía la montaña. Estaba bastante tapada, pero se seguía intuyendo parte de su silueta y su cumbre nevada. No podíamos dejar de contemplarlo.
Desayunamos un té caliente y, tras despedirnos de la montaña, empezamos la ruta hacía la última ciudad del Tíbet antes de llegar a la frontera: Kyirong. Teníamos casi 400 km por delante y las carreteras no parecían estar en el mejor estado, por las lluvias de días anteriores.
Fuimos bajando del EBC por el curso del río. Mirando hacía atrás podíamos ver aún la silueta del Everest. Enseguida, nos desviamos y dejamos de verlo.
No pasó mucho tiempo hasta empezar a tener problemas. El camino estaba totalmente embarrado y nuestra minivan se quedó totalmente atrapada en el barro. Se empezó a hundir como si estuviéramos en arenas movedizas y tuvimos que bajarnos rápidamente. Aunque intentamos salir, era imposible. Empujamos el vehículo y nada.
La parte positiva es que, enseguida aparecieron vehículos, de otros tours, que bajaron a ayudarnos. Entre todos trataron de echar una mano para conseguir que saliéramos de allí. No fue fácil, aunque lo tomamos con humor. Estuvimos varias horas hasta que conseguimos escapar, entre aplausos.
Seguimos el camino, no sin dificultades, ya que más adelante, tuvimos que ser nosotros los que ayudáramos a otros vehículos atrapados. Había buena camaradería entre los grupos, incluso de diferentes agencias y, eso, fue muy positivo.
Continuamos nuestro camino por la zigzagueante carretera, pasando por varios pasos de montaña. Las vistas eran increíbles. No pudimos contemplar con claridad el Shishapangma, pero pudimos contemplar la cordillera y el lago Pekutso.
Íbamos descendiendo y mejorando los síntomas del mal de altura. Cruzamos bosques verdes y bonitas cascadas en la parte final del trayecto. Finalmente, llegamos a Kyirong, a 2.700 metros de altidud. Al llegar, fuimos directamente a nuestro alojamiento: Gyirong Guest House. Un hotel muy sencillo, pero con habitación y baño privado donde descansar nuestra última noche en el Tíbet.
Como llegamos tarde, simplemente pudimos dar un mini paseo por los alrededores del hotel y descansar un rato.
A la noche, quedamos para cenar todos juntos en el restaurante del propio hotel, donde, como siempre, Jigme se encargó de explicar nuestra enemistad con el gluten y adaptaron algunos platos para nosotros.
Fue una cena muy divertida en la que recordamos todo el viaje, las experiencias vividas y compartimos muchas curiosidades y confidencias de la historia del Tíbet.
Nuestra valoración del viaje por el Tíbet era muy buena. Había sido increíble ver paisajes espectaculares durante todo el camino, casi a cada minuto. Ver el Potala por primera vez fue una sensación única. Estar frente al Everest, nos dejó sin palabras. Y, por supuesto, disfrutar de todos esos momentos acompañados había sido una gran experiencia. Compartir diferentes puntos de vista con gente de otros países, con los que además habíamos congeniado, fue una suerte. Además, Jigme y Namgar, nos ayudaron a entender mucho mejor la historia, tradiciones, la influencia de la religión y, en general, la realidad del Tíbet, algo que no hubiéramos podido comprender nunca de no haber estado allí.
Nos fuimos a descansar. Al día siguiente nos despediríamos del Tíbet y volveríamos a Nepal en un día que preveíamos, sería largo…
Para ver el itinerario completo de nuestro viaje, entra en 23 días en Nepal, Tíbet y Bután.