Nos levantamos en Katmandú inquietos y emocionados. Íbamos a volar hasta Lhasa, la capital del Tíbet.

No tuvimos que madrugar demasiado, ya que nuestro vuelo salía a las 11:30 de la mañana. Sin embargo, decidimos no salir muy tarde, porque el tráfico en Katmandú es caótico e impredecible. Pedimos un taxi mediante el hotel que nos llevó al aeropuerto de Katmandú. Tardamos más de 1 hora en llegar. Una vez allí, tuvimos que cumplimentar un formulario de salida y así, en aduanas, sellaron nuestro pasaporte. Teníamos un visado de múltiples entradas, ya que íbamos a entrar y salir de Nepal varias veces.

Tras un buen rato de espera en el aeropuerto, nos montamos en nuestro vuelo de Sichuan Airlines con destino al aeropuerto internacional Lhasa Gonggar. El vuelo duró 1 hora y 30 minutos. La aproximación al aeropuerto fue complicada, pero conseguimos aterrizar. Debe de ser frecuente que, por las condiciones climatológicas, los vuelos se anulen o desvíen, así que respiramos tranquilos.

Llegamos a las 15:15 hora local. Hay una diferencia horaria de 2h y 15 minutos entre Katmandú y Lhasa.

Una vez en el aeropuerto, revisaron nuestro equipaje. Sobre todo, comprobaron que no lleváramos ninguna simbología en contra del régimen chino o a favor del tibetano, como libros o fotografías del Dalai Lama, etc. Nos hicieron bastantes preguntas sobre el equipaje y tras ello pudimos cruzar a la zona de aduanas, donde un representante de Tibet Vista, la agencia tibetana con la que habíamos contratado el tour por el Tíbet, nos estaba esperando. Él se encargó de enseñar y explicar toda la documentación relativa a nuestro tour, visado, etc. Tras las preguntas de rigor, finalmente, nos dejaron pasar y salir del moderno aeropuerto. La persona que nos recibió fue muy amable, nos puso un pañuelo típico alrededor del cuello para recibirnos y nos llevó hasta un mini bus donde había otros turistas que viajaban con la misma agencia.

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Felices de estar en Tíbet

Desde allí, nos llevaron hasta nuestro hotel de la capital del Tíbet, Lhasa. El viaje duró aproximadamente 1 hora. Nos quedamos sorprendidos de la modernidad de las infraestructuras. La autovía a Lhasa parecía especialmente nueva, aunque prácticamente íbamos solos. La llegada a Lhasa fue un poco decepcionante. Aunque sabíamos que la ciudad no tenía el encanto de antaño, antes de la invasión china, no esperábamos encontrarnos con grandes rascacielos y luces estrambóticas. Al menos, según fuimos llegando al centro, la imagen de la ciudad mejoró.

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Las calles de Lhasa

Nos llevaron hasta el hotel Gangjian, donde nos alojaríamos los 3 días siguientes. El objetivo de estar varios días en Lhasa, además de ver la ciudad, era aclimatarnos poco a poco a la altura. Lhasa está a casi 3.600 metros sobre el nivel del mar, mientras que Katmandú está sólo a 1.400 m.

A nuestra llegada, el representante de la agencia nos explicó algunas recomendaciones básicas sobre nuestra estancia, sobre el mal de altura y nos indicó que podíamos pasear cerca del hotel, con nuestra documentación y visados a mano, en caso de ser requeridos. Al día siguiente, nuestro guía vendría a recogernos temprano para empezar nuestra ruta.

Notábamos el efecto del mal de altura, pues nos sentíamos cansados. Sin embargo, estábamos deseando salir a conocer Lhasa y ver el Potala. Desde el hotel, apenas estaba a unos 30-40 minutos andando.

Dimos un tranquilo paseo por la calle principal, observando sorprendidos cada rincón, disfrutando, como siempre, de ver algo nuevo. Al final de la calle, allí estaba, el palacio Potala, residencia de los Dalái Lama desde el siglo XVII hasta 1959.

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El Potala. Increíble

Nos quedamos totalmente impactados. Lo habíamos visto en muchos documentales, libros, etc. pero verlo en directo nos dejo boquiabiertos. Es imponente. Sólo estando frente a él puedes darte cuenta de su grandeza. Allí nos quedamos un buen rato, ensimismados, en un banco, con esa imagen frente a nosotros. Siempre recordaremos la emoción que sentimos al estar delante del Potala.

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Muy emocionados de estar al lado del Potala

Con esa emoción volvimos poco a poco hacia el hotel. Paramos en un restaurante cercano a cenar.

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Anocheciendo en Lhasa

Apenas habíamos comido en todo el día. Como siempre, fue curioso explicar en un idioma nuevo nuestras restricciones celiacas. Fuimos a lo seguro y comimos una especie de pad thai adaptado a nosotros. Al terminar, nos dirigimos directamente al hotel para tratar de dormir lo máximo posible. Hay que intentar descansar mucho para hacer frente a los efectos del mal de altura. El día siguiente seguiríamos visitando el Tíbet.


Para ver el itinerario completo de nuestro viaje, entra en 23 días en Nepal, Tíbet y Bután.