Nos habíamos puesto el despertador muy temprano para intentar ver el amanecer y, con suerte, la cordillera del Annapurna. Salimos fuera y vimos que seguía todo cubierto. No tuvimos toda la suerte que hubiéramos querido, así que volvimos a la cama a descansar un rato más.
Una vez amaneció por completo, nos levantamos y desayunamos en el comedor del campamento. Un rico café y unos huevos fritos. Energía para el día de bajada.
Recogimos y empezamos el descenso hacía el valle, con bastantes kilómetros y horas por delante. La parte inicial de la ruta fue una bajada muy pronunciada, por una especie de escalones de piedra bastante resbaladizos. Bajamos con mucho cuidado, porque la humedad hacía que el camino fuera una pista de patinaje. Nuestras rodillas sufrieron bastante, pero finalmente llegamos a un camino de piedras más fácil de recorrer.
Y, por ese camino, andamos durante varias horas, charlando con Santos, atravesando aldeas y disfrutando de las vistas. Además, aunque el clima no nos permitía ver la gran cordillera, al menos, no llovía.
A mitad de camino, paramos en la casa de Santos. Nos propuso comer allí y presentarnos a su familia. Fue un momento muy agradable y curioso, que nos permitió ver la forma de vida de una familia nepalí, en una aldea en las montañas.
La casa tenía dos estancias: una para dormir toda la familia y otra que servía de cocina. Alrededor, los cultivos de la familia y una especie de jaulas de madera, donde guardaban las cabras, para que, como nos dijo Santos, los tigres, que bajaban de la montaña, no pudieran devorarlas.
Disfrutamos de un rato muy agradable con toda la familia y comimos dal bhat, preparado con mucho cariño por ellos.
Tras descansar un rato, continuamos la ruta hasta llegar a la zona baja del valle, donde enfrente de un pequeño monasterio, estaba el chófer que nos había traído el día anterior, esperándonos.
Allí, nos despedimos de Santos, al que nos encantó conocer y que nos trató de maravilla. El coche nos llevó de nuevo hasta el hotel Garuda Inn, donde nos quedaríamos una noche más antes de volver a Katmandú. Allí le agradecimos a Raj, el gerente del hotel, que nos hubiera ayudado a organizar una alternativa de trekking.
Como volvimos temprano, fuimos a hacer algunos recados. No habíamos utilizado los palos de trekking que habíamos comprado al llegar, así que fuimos a la tienda para tratar de devolverlos. Nos dijeron que no permitían devoluciones, pero sí que podíamos cambiarlos por otros artículos de similar valor de la tienda. Elegimos unas camisetas de montaña, que utilizamos mucho durante el resto del viaje.
Después, fuimos a la oficina de la empresa de autobuses Greenline, para comprar los billetes de vuelta a Pokhara. Pagamos 2.000 NPR (unos 15€) por ambos billetes.
Para terminar bien el día, paseamos alrededor del lago en Lakeside Pokhara. Había varios puestos de comida y probamos unas brochetas de carne en uno de ellos. También nos sentamos en un bar con vistas al lago, para refrescarnos y despedirnos de Pokhara, con una mezcla de sensaciones.
No habíamos conseguido ver los Annapurna, ni hacer el trekking de Pon Hill, pero habíamos disfrutado de unos días de tranquilidad, hecho un pequeño trekking y conocido gente maravillosa. Y, ¡nos quedaban muchos días de vacaciones que disfrutar por delante!
Para ver el itinerario completo de nuestro viaje, entra en 23 días en Nepal, Tíbet y Bután.